El arte culinario es en muchas ocasiones un proceso creativo que se transmite de padres a hijos, de abuelos a nietos. Así, ocurre que desde pequeño, uno comienza a darse cuenta que las comidas en casa de los abuelos o de los padres son un tanto diferentes. En determinadas fechas, unas olivas recién guisadas "se dejan caer por la camilla del salón", y a la pregunta: - ¿Qué buenas, dónde las compraste?, le sigue la respuesta: - Son de mis olivos, las guisé yo.
Abuelo: - Por el mes de octubre pasé por el olivar y cogí un buen puñado de aceitunas de verdeo.
Nieto:- Pero ¿se pueden comer así?.
Abuelo: - No, luego las lavé un poco, para quitarles restos de polvo que pudieran tener. Después, !Las machaqué con una maza de madera!.
Nieto: - Pero, ¿no rompiste el hueso abuelo?
Abuelo - No, tampoco les di tan fuerte.
Abuelo: - Las aceitunas, machadas que se dice, las puse a remojo en una orza de barro que tengo desde hace muchos años.
Nieto: -¿Y ya está abuelo?, ¿ya se podían comer?.
Abuelo: - No hijo no, hay que dejarlas un día así, y luego tirar el algua al día siguiente y rellenarla otra vez.
Nieto: - ¿Y por qué?.
Abuelo: - Pues para que dejen de amargar. Cada día hay que cambiarles el agua y echarles un poco de sal, durante una semana al menos. Hay que probarlas al cabo de ese tiempo y ver si siguen amargando.
Nieto: - ¿Y ya se puedían comer abuelo?.
Abuelo: - No hijo no. Cada día que le cambiaba el agua se ponían un poco más dulces. Cuando estaban como a mí me gustan, las saqué de la orza y las coloqué en un recipiente para guisarlas.
Nieto: - ¿Guisarlas?, ¿Qué hay que cocerlas?.
Abuelo: - ¡Que no hombre!, guisarlas quiere decir añadirles la sal y los aliños para darles sabores especiales. Fui al mercadillo y compré un poco de tomillo y romero. El vecino del huerto me dio unas hojas de un laurel buenísimo que tiene, y por supuesto, de mi huerto cogí unos ajos, pimientos y guindas.
Nieto: - ¿Picantes?.
Abuelo - ¡No hombre no!, que entonces no nos las podemos ni arrimar a los labios.
Abuelo: - Después de tenerlas un día con los aliños, rellené el cuenco con agua y esperé otro día más para que tomaran bien los sabores de las especias.
Nieto: - Bueno abuelo, y entondes ya se puedían comer ¿no?.
Abuelo: - Sí hijo sí, ya puedes comerte las aceitunas...
Nieto: - Abuelo, cuando sea grande voy a guisar aceitunas como tú.
(El abuelo sonríe)
Abuelo: - Anda, come y calla, otro día te enseño a hacer aceitunas cortadas.
Tendríamos que ser siempre como niños, curiosos, con afán de aprender. Al menos hoy, ya sabes como guisar aceitunas.
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