Nuestros pequeños amigos exploradores han delegado en Leoleo para organizar un viaje a lejanas tierras, para ello éste ha recurrido al consejo del capitán Hipohipo, quien tiene un amplio conocimiento del basto mundo que habitamos, ya que al mando de su barco ha surcado los cuatro mares, siendo conocedor de remotas islas y parajes exóticos.
El capitán Hipohipo habló a Leoleo de tierras habitadas por hospitalarias civilizaciones amantes de la naturaleza. Sin demora organizaron la aventura, para lo cual se reunieron con el fin de acordar el cometido de cada cual. Leochispa se encargaría del aprovisionamiento de comida y hablaría con Leopapilla para determinar qué alimentos serían más apropiados. Leosueño se encargaría de los materiales, ropas de abrigo, útiles de aseo y de descanso, mientras que Leoleo planificaría la ruta a seguir.
Puestos en marcha nuestros pequeñines atravesaron bastas selvas y profundos valles, hasta llegar, como les indicó el capitán Hipohipo, al bosque de las Picudas, grandes plantas erguidas cuyas hojas transformadas se asemejaban a afiladas garras. Decidieron establecer allí mismo el campamento y dormitar esa primera noche, ya que el viaje había sido largo y fatigoso. Leosueño estaba rendido y se perdió la velada que prepararon durante la cena. Contaron anécdotas de días lejanos, todos rieron y celebraron su amistad.
Bien temprano Leoleo despertó al grupo para ponerse en marcha. Tenían que llegar a las tierras de los Tortutortu y en efecto, tras media jornada de camino los encontraron. Unos pocos salieron a su encuentro y les agasajaron a su llegada. Allí encontraron a Julio, quien habitaba con los Tortutortu desde hacía años, siendo ya casi uno más de entre ellos. Les dio la bienvenida con un obsequio de artesanía local, realizado en madera tallada y tintado con pigmentos naturales. Leopapilla se afanó en preparar una suculenta comida para todos.
Varios días permanecieron los exploradores con Julio y sus amigos, su paso por los territorios de los Tortutortu fue inolvidable. Marcharon finalmente, el viaje tocaba a su fin y pensaron en pernoctar la última jornada en el valle de las Crasas. Pero su estancia se vio alterada gratamente por la visita de los Ojojos, seres extraños aunque amigables, siempre hambrientos, por lo que decidieron prepararles una buena cena en ese último día de aventuras.
Siempre nos ha fascinado el potencial imaginativo de la mente humana. De niños, con una caja de cartón creábamos un coche o un palacio, un tren o una nave espacial. Con el tiempo tendemos a olvidar que imaginábamos, que soñábamos, pero no ha de ser así. La imaginación, la ilusión, la esperanza, han de estar la "la orden del día" en nuestras vidas. A veces es sumamente difícil si, pero hemos de intentar al menos con un poquito de empeño seguir siendo un poco "como niños".
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